Soliloquia

El día antes de llegar, me vi en el espejo y con la mirada de otros tiempos, busqué el rastro de aquella muchacha, que 22 años atrás, cambió país, familia y futuro, por una  vida con él. Yo fui su primera decisión de vida en pareja y él fue la razón por la que dejé todo, para empezar de cero. Traje conmigo mi hijo y mi memoria y jugamos a la vida real. Nos creímos un "para siempre" que duró hasta una carta equivocada y unos cubiertos cayendo de mis manos.  En cinco años de vida juntos, pude saber que amar y desamar tienen la misma inmediatez y la misma contundencia.  Quince años después, tuve frente a mi al hombre que había olvidado y supe que no me equivoqué.  

 

Todo empezó con su mirada a través de la cámara de cine y yo, del otro lado: abierta, íntegra y sensible, a la vera de mi personaje. Uno de esos días, después de terminada la filmación, coincidimos en la hermosa escalera de la casa en la que filmábamos. Él subía y yo bajaba, hasta que estuvimos uno frente al otro.  Me miró directo a los ojos sin cámara de por medio y sin mediar palabras, tomó mi mano, la extendió hacia él y pasó la lata de cerveza fría que sostenía, por todo el interior de mi brazo. De abajo hacia arriba y sin especial expresión en el rostro, trazó una ruta sobre mi piel. En ese instante mi vida cambió. Una línea helada en mis sentidos encendió mi fuego y me enamoré. 

 

Veintidós años después, el día antes de llegar, me vi en el espejo y sabía que había perdonado cada dolor, que había olvidado cada maltrato y que le agradecía el abandono que me ayudó a fortalecerme. Lo que no sabía es que habían heridas que faltaban por sanar y olvidos por recordar.

 

Yo estaba en Madrid y me dijo: "Si vienes a París, te quedas en mi casa". Yo viajaba con una amiga y aquella respuesta me sorprendió tanto, que lloré. Lloré sólo una lágrima que se escapó de un llanto antiguo. Lloré y el viaje tomó otra dimensión. Ya no era que nos encontraríamos eventualmente como yo pretendía, era que volveríamos a vivir juntos, quince años después, en París. 

 

Se abrió la puerta de salida del aeropuerto y lo vi vestido de negro invierno, el rostro ladeado hacia su izquierda,  su piel rosada y su cabello blanco de nieve, esperando por mi, impecable, repleto de luz. Le quedan bien los años, pensé, se ve hermoso . Lo vi como si nunca se hubiera ido. Lo vi tan sereno, que supe que había esperado muchas veces...no siempre por mi, no siempre...pero debajo de esa laxitud, sospeché volcanes ocultos. 

 

Un instante y se juntaron su mirada y mi sonrisa. Un instante y regresamos al tiempo en que yo era la única que estaba por llegar. Su abrazo largo, su bienvenida tímida, las presentaciones de rigor y el operativo de la ida a Paris, facilitaron el rubor del reencuentro.  

 

__¿Cómo está María?

Me preguntó en el taxi.

__María se murió Jonny.

Le dije sin medir el golpe. 

__Pero...¿cómo? ¿Cuándo? ¿Porqué no me dijiste?¿Porqué no me escribiste una carta...un mensaje...un telegrama? 

Un telegrama, pensé, somos así de antiguos. Antiguos como el olvido y el recuerdo que se cruzan como trenes en dos vías paralelas .

Su impacto saltó con su mirada por el cristal de la ventanilla  midiendo la noticia y ya andaba yo apoyándome en su hombro, oteando su silencio. He debido decirle, pensé, pero no lo tomé en cuenta. Teníamos cuatro años sin vernos y al menos uno sin escribirnos. Con todo, él regresó a María con anécdotas de risa y nostalgia. Lo vi evocarla con amor y gracia y aún así, recordé aquél día, cuando hacíamos la cola para entrar al teatro, en una discusión bajita, apretada y a salvo de testigos, que me dijo: 

__O tu madre o yo.

 

Así era él. Siempre habían dos opciones. Siempre había que escoger. 

 

Amó a todas las mujeres y a todas las dejó por otra.  A mi me tocó mi parte, cinco minutos después de los primeros besos cuando me confesó, con densa honestidad, que alguien lo esperaba en Caracas, pero que al regreso, hablaría con ella. Será duro, me dijo, pero lo haré. Esa fue su primera prueba de amor a los cinco minutos de amarme. 

Cinco años después, cuando yo lavaba los sucios del desayuno de aquél domingo triste, me dijo desde la sala:

__Deja eso y ven que quiero hablar contigo. 

 

Ahogué el susto que aguardaba en mi memoria y los cubiertos se cayeron de mis manos . En ese instante supe que me tocaba a mi. Lentamente me sequé las manos, me fui a la sala, me senté despacio en la punta del sofá y lo miré a los ojos buscando equivocarme.

__Estoy saliendo con otra...me dijo sin rubor.

__¿Te enamoraste?__Le respondí como si no fuera yo, como si no fuera conmigo o como si no hubieran razones comunes que nos empujaran a ese final__

__No lo se.__me dijo__ No lo se. 

 

No sé cómo arrastré mi mirada hacia mi izquierda y la estrellé contra el verde del balcón. Mi cuerpo se volvió arena y viento. Me sentí volátil, sin periferia, sin continente. Un remolino sin tregua me desintegraba. Detrás de mi, escuché la puerta que se cerraba y odié ese sonido por el resto de mis días. Mis ojos se desbordaron y no supe más de mi.  Después del silencio sonó el teléfono y me vi a oscuras. Era de noche y yo estaba en la misma posición. El tiempo pasó del desayuno a la noche sin yo saberlo. Mi cuerpo no entendía y el teléfono no paraba de sonar, como pude atendí y era mi amiga, mi madre venezolana. 

 

__Mi amor, me dijo, tengo todo el día pensando en ti. ¿Tú estás bien?

__No Ray, le respondí, yo me estoy muriendo.

 

Y me morí.

 

Quince años después, en aquél taxi a Paris, apoyada en su hombro y mirándolo desde su costado, me di cuenta de que había olvidado a ese hombre que cambió mi vida y en una nube de recuerdos, descubriendo su nuevo olor, llegamos a su casa. 

Justo entrando al edificio coincidimos con la señora que acababa de limpiar el apartamento. Una algarabía de risas y de chequeos de la calidad de su trabajo, porque: __Hoy es un día especial, dijo él, Hoy llegó mi esposa, perdón, mi ex-esposa, se la presento, hoy todo tiene que estar impecable__

 

¿Esposa? ¿Ex qué?¿Quién era esa?¿En qué momento? ¿En qué parte de mi vida con él tuve yo ese título?...

 

Mi cabeza de pronto vivió dos realidades simultáneas, en tanto que palabras y acciones detonaban recuerdos olvidados. 

Nunca me has dicho que me quieres, me dijo un día. Pero yo te quiero, tú lo sabes. Lo se, pero nunca me lo has dicho. Y tenía razón, nunca lo había dicho, ni a él ni a nadie. Y no es que no hubiera sido amada y viceversa, es que no ayudó venir de una vida que callaba esas palabras, porque era más seguro cantarlas. Él me mostraba su cama y las sábanas nuevas que había comprado para mi y yo recordaba nuestros cuerpos, en una perfecta sincronía de cóncavo y convexo, que cambiaban de posición sin despertarse y uno se hacía al otro como si, salidos del cuento de Platón,  nos hubiéramos reencontrado para completarnos. Lo veía ofrecerme su casa y me recordaba despertándome y descubrirlo apoyado en su brazo, viéndome dormir, como grabando mi rostro en su mirada. Recordé tanta risa, tanta lágrima y tanta vida compartidas. Quince años después, mientras él me develaba los misterios de su casa, yo recomponía un rompecabezas que había estallado junto con aquellos cubiertos que se cayeron de mis manos. 

 

Me enseñó Paris, rincón a rincón,  como en una película que iba diagramando en su cabeza para que mi asombro surgiera como una ensoñación.  Tomé su brazo y con la naturalidad de otros tiempos, nuestras manos se enlazaron y recordé, cuando al principio de estar juntos, le insistía que tomara mi mano en la calle sin lograrlo, hasta que crucé hasta la otra acera dejándolo solo. Desde el otro extremo me miró vencido, cruzó la calle, tomó mi mano y me  dijo : __¿Es que si no te agarro te pierdes?__Sí, me pierdo__le respondí. 

Quince años después y de su mano, Notre Dame, el Sena, Pompidou, la Comedie Francaise, el Louvre,  Sacre Coeur, fueron parte del torbellino de escenografías que me mostró prolijamente . Me develó París, como si pagara la culpa de no haberlo hecho antes y con la gentileza de un caballero que rinde honores a su dama. Juntamos sin pudor el estruendo de nuestras risas recordando a nuestro amigo muerto y al abrigo del metro, secretamente, confirmé la razón de nuestra vida juntos.  La imagen de mi hijo pequeño calzando sus zapatos enormes, me recordaron las promesas, los amores y los dolores compartidos.

¿Qué le pasa a la vida que nos junta y nos separa al mejor de sus antojos? 

Un día, llegó una carta a la casa con un aviso de "urgente". Él estaba de viaje y yo, pensando que era algo de la empresa, abrí la carta sin preguntarle. 

Abrí la carta y era de amor.

Mi amiga me dijo: 

Olvida esa carta. Rómpela. No le digas que la leíste, olvídala, porque si le dices, tendrás que actuar en consecuencia y vas a quebrar las cosas sin remedio.

Él llegaba esa noche del Salvador después de tres meses  de filmar una película y yo lo esperé en el aeropuerto. Se abrieron las puertas de salida y lo vi. Lo vi y se juntaron mi mirada y su sonrisa. Lo vi y amé sus cabellos revueltos en rizos sonrientes. Lo vi y lo amé más que nunca sabiendo que ya no le creería. Llegó a mi y me abrazó con el estallido de un hombre vencido por unas ganas apretadas que habían esperado con ansias para abrazarme y me besó sin la timidez acostumbrada y sin los rubores de siempre. Todo en él era felicidad de verme y en toda yo resonaban las palabras que me robaban su amor en aquella carta leída sin querer. En el camino a casa,  me dijo que quería que tuviéramos un hijo, que compraríamos un apartamento y que nos esperaban cosas buenas. Ya en la casa, cuando salió de la ducha, le mostré la carta.  Él extendió su mano y justo cuando abrí mis dedos para dársela a los suyos, casa, hijo y proyectos de vida juntos, estallaron en cristales rotos. 

En ese momento quise deshacer el tiempo y olvidar y creer y sentir...

 

Quince aÅ„os después me mostró su nuevo mundo con el orgullo del que ha conquistado otras tierras y aún así, paso a paso, yo presentía la nostalgia de su soledad. 

 Lo veía mostrarme la ciudad con una sensación de pertenencia que me intrigaba. ?Dónde quedó Caracas en esta mirada que describe con pasión un paisaje ajeno?Qué queda del paisaje original en este hombre que hace suyo el lugar que lo desconoce? ?Qué parte de mi se parece a él? ?Será que yo conozco ese contraste? ?Será que yo sé lo que es ser extranjera? ?Será que él también habita un no-lugar y todavía no lo sabe o yo me estoy proyectando en él imponiéndole una experiencia que no le pertenece? ¿Qué parte de mi descubro en este hombre que un día amé y ahora desconozco?. ¿Qué lo ata a este lugar? ¿A dónde va su mirada de nostalgia? ¿Será que es éste el paisaje de su tristeza?

 

Con los pies anestesiados de puro éxtasis y el viento frío que me despertó de mi ensueño, ahí estaba yo, en Champes Elises.

__?Esto es comparable con Las Ramblas de Barcelona? __Dije yo con inocencia. __¡NO!__Me dijo muy ofendido, con su anacrónico sentido de propiedad.

__Esto es comparable con la 5ta Avenida de New York__

Tienes razón__pensé__yo he estado ahí, también...sin ti...Así como sin mi estás aquí. No soy yo la que bautiza tu tristeza. Nada de esto se trata de  un nosotros que no existe, no aquí...

Los tres caminamos en silencio con el rumor de los laterales de esa calle de estrellas, hasta que ¡Voilà...el Entre Cot. El lugar donde cominos tantas veces en Caracas. Una sorpresa reservada para último momento. Un regalo más. Un regreso a mi, a nosotros, a nuestra memoria juntos. Nos sentamos uno al lado del otro, frente a mi amiga y suavemente, volvimos a la historia compartida. Ella fue haciendo preguntas en un interrogatorio sin juicios que resultó un tributo a lo vivido. Le conté que en mis primeros tiempos en Caracas, extrañaba tanto el malecón de La Habana que él me llevaba a La Guaira para que yo oliera el mar. Él, saludando recuerdos olvidados, le contó el absurdo de la incomprensión de sus amigos que celaron nuestro amor hasta el colmo del abandono. Le conté cómo lo llamaba a él y a mi hijo a comer en el piso servido con mantel,  cubiertos y copas como si tuviéramos mesa y poco a poco fuimos contando nuestra vida a dos voces y ponderamos la suerte de habernos encontrado. Él me escuchó contarle a mi amiga que cuando veo a mi hijo amar a una muchacha, descubro que sus maneras delicadas y el despliegue de sus atenciones y gentilezas, fueron aprendidas de aquél caballero que me amó con la misma grandeza que sembró en mi hijo.

Entonces él contó que la vida lo hizo sufrir de la misma manera en que él me había hecho sufrir a mi. 

Pausa...

Nadie esperaba una confesión así. 

Se hizo un silencio espeso y dijo... 

..."Ese día ella regresaba de Caracas después de dos meses de haberse ido a ver a su familia. Se abrieron las puertas del aeropuerto y la vi. Estaba linda y flaca. Ella a penas sonreía y aún así, la adoré. La había extrañado tanto... De regreso a casa, le dije que tendríamos un hijo, que compraríamos un apartamento y  que haríamos grandes cosas. Ella sin pausa me respondió: Jonny, me enamoré de otro hombre.  En ese momento pensé en Beatriz. 

Cuando llegué a la casa, pensé en Beatriz y cuando, en la noche, le di la espalda en la cama, lloré las mismas lágrimas que recordé que había llorado Beatriz cuando yo le dije que salía con otra. Yo recibí el mismo golpe que le propiné a Beatriz aquella vez. Esa es la vida. Ahora vivo en la misma ciudad en que me casé con ella, en la misma ciudad en la que viví con ella y en la misma ciudad en la que ella vive con aquel hombre. Soy el padrino de sus hijas y todavía hoy, ella no se explica porqué no la condeno. Ella no puede entender que no sienta rencor por algo que yo mismo he sido capaz de hacer. Así es la vida, cuando se devuelve".

Fecha de Publicación: 04/11/20

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